En el corazón de Valdivia, Antioquia, el 28 de octubre de 1897, nació Rosana Sánchez Pérez, una figura extraordinaria que habría de dejar una profunda huella en el mundo. Bautizada el 2 de noviembre de ese mismo año, Rosana fue la hija de Antonio Sánchez Osorno y Ana María Pérez de Sánchez, y creció en el seno de una familia que sembró en su corazón las semillas de la fe y la caridad.
Con seis hermanos a su lado, Rosana compartió su vida y su amor con su familia, revelando cualidades notables desde temprana edad. Pero su camino estaba destinado a ser uno de devoción y servicio a Dios y a sus semejantes.
En 1929, dio sus primeros pasos en la vida religiosa al unirse a la Congregación de Misioneras de Santa Teresita del Niño Jesús. Sin embargo, su búsqueda espiritual la condujo a una segunda experiencia en el Monasterio de Pobres Clarisas en 1934. Estas experiencias prepararon el terreno para la extraordinaria obra que estaba por emprender.
Con el respaldo y la bendición de Monseñor Maximiliano Crespo Rivera, Madre Magdalena inició, en 1939, la fundación de la Comunidad de Misioneras de Santa Rosa de Lima junto con nueve valientes compañeras. Su visión abrazaba una vida de entrega infatigable al apostolado misionero y al servicio caritativo, manteniendo un firme compromiso con la oración, el sacrificio y la abnegación.
El 14 de enero de 1940, Rosana Sánchez Pérez y siete compañeras recibieron el hábito de Santa Rosa de Lima, marcando un hito importante en la historia de la congregación. Desde ese momento, Rosana Sánchez Pérez adoptó el nombre de Magdalena de Santa Rosa de Lima y asumió el papel de fundadora.
Madre Magdalena poseía una personalidad singular que combinaba la firmeza al corregir con la delicadeza, la bondad, la comprensión y la indulgencia. Como superiora, fue gentil en sus actitudes y veraz en sus relaciones con los demás. Su discreción, prudencia y reserva eran ejemplares. Era una figura activa, dinámica y emprendedora, dispuesta a asumir riesgos, pero siempre con cautela y disciplina en cada paso.
Su conversación amable y sabia, su lenguaje culto y lleno de espiritualidad reflejaban su profunda conexión con la fe. Desde 1939 hasta 1966, Madre Magdalena demostró una calidad de liderazgo incuestionable y una dedicación incansable para consolidar la obra. A pesar de ser reemplazada como superiora en 1966, siguió colaborando como «superiora emérita,» ofreciendo consejos y ejemplificando una vida de piedad, abnegación y una fe inquebrantable en la Providencia Divina.
La vida de Madre Magdalena de Santa Rosa de Lima es un testimonio inspirador de devoción, servicio y liderazgo, dejando una herencia duradera de amor, compasión y caridad en la Comunidad de Misioneras de Santa Rosa de Lima y en el mundo. Su legado perdura en las vidas que tocó y en la obra que continuamos en su honor.
Por: Rosana Sánchez Pérez